JOAN RIERA Uno de los efectos colaterales de la celebración del ´Atiar Foc´ del día de Sant Sebastià fue que miles de ciudadanos -los que asistían en directo al espectáculo y los que lo seguían por televisión- descubrieran que la catedral tiene unos hermosos vitrales. La sorpresa se produjo gracias a la iluminación interior que permitió que se proyectara hacia el exterior, aunque fuera invertido, lo que habitualmente se contempla cuando se visita el interior de la Seu.
Es lamentable que aún haya mallorquines que se sorprendan por el derroche de color de la catedral. Significa que son demasiados los que se privan del inmenso placer de extasiarse con un templo en el que el elemento dominante es la luz. La luz y el color proyectado por miles de cristales. Si acudiéramos con cierta asiduidad a admirar una de las más bellas, a la par que austeras, catedrales góticas europeas estaríamos familiarizados con los fenómenos luminosos que allí se generan. Contemplaríamos el rosetón mayor con sus 1.236 cristales enmarcados en una estrella de David.Y si fuéramos más curiosos, a mediados de noviembre o a principios de febrero, madrugaríamos para observar, con permiso del tiempo, como la proyección de su imagen sobre la pared interior de la fachada principal produce el extraño fenómeno de los dos rosetones.También disfrutaríamos con los técnicamente perfectos vitrales que Gaudí diseñó para el ábside. Para lograr el efecto deseado superpuso cinco cristales de distintos colores. Emborrachados de la luz que penetra en la nave central y baila sobre las columnas y retablos, lamentaríamos que sea materialmente imposible que un día queden al descubierto los 87 ventanales que estaba previsto abrir en los muros de la Seu. Los retablos barrocos han convertido en inviable el plan inicial.
Incluso podríamos admirarnos, o irritarnos, con los cinco que Miquel Barceló ha diseñado para la capilla del Santíssim. Sus tonos grisáceos y sus formas abstractas rompen con la estética habitual de este tipo de trabajos, que ya habían suscitado el interés de artistas contemporáneos Chagall o Matisse. Incluso estaríamos expectantes para ver los siete vitrales que Constantino Ruggeri -ya fallecido- ha ideado para la capilla real.
El problema es que no visitamos suficientemente la catedral. Por está razón, y al margen de nuestras creencias, nos perdemos un espectáculo único e irrepetible.