elmundo-eldia.com 28-8-2007
Apoyan que se cuide el patrimonio pero no a costa de entorpecer la actividad comercial y congelar reformas - Piden ayudas económicas
EDUARDO COLOM. PALMA.- «Proteger significa prohibirnos hacer lo que queramos con nuestras propiedades», le espeta un vecino a otro junto a la Iglesia de Santa Fe, en pleno corazón Sa Calatrava, barrio intramuros por excelencia. «Pues yo considero que es una buena medida, aunque llega tarde», le replica Andrés mientras echa el cerrojo de un portal típicamente palmesano. «Mira lo que hicieron con las canteras romanas de la plaza Villalonga, ahora sepultadas en el aparcamiento de una promoción de lujo».
Prospere o no, la iniciativa de ERC encaminada a dotar de máxima protección patrimonial al centro de Palma traerá cola en el casco viejo. Habrá división de opiniones. Pero, de entrada, con sólo plantearla ayer a una decena de vecinos y comerciantes de la zona, este diario pudo comprobar tres cosas. Primero, que poca gente sabe bien qué quiere decir que te conviertan BIC (Bien de Interés Cultural) hasta el lavabo de casa. Segundo, que nadie lo apoya si se traduce en gasto monetario o pérdida de valor patrimonial. Y tercero, que existe la percepción de que la opinión de la gente de la calle no cuenta.
«Al final los políticos harán lo que quieran; mandan ellos», adelantaba Macarena -granadina, 32 años afincada en el casco histórico- mientras paseaba sus dos perros pincher por la calle Can Savella, junto a la plaza Josep Maria Quadrado.
En líneas generales, la idea teórica de conservar la tipología del centro histórico es bienvenida. Otra cosa son las restricciones que pueda conllevar y, sobre todo, el coste para propietarios, promotores y comerciantes de la zona. En el caso de los empresarios, entran en colisión el carácter de atractivo turístico y la posibilidad de modernizar los establecimientos y de dinamizar la zona.
«Me parece interesante que se proteja el centro, especialmente porque soy admiradora de la parte antigua, pero no debería hacerse sin consensuarlo con nosotros y sin elaborar antes un estudio previo de las repercusiones que podría tener», defiende Isabel Boticario, que hace un año y medio montó una galería-taller de arte en el chaflán de la calle Sol con Montisión. «Si marcan directrices, que se nos respete antes», apostilla. En la misma línea opinaba Pilar Sansó, restauradora de muebles. «Me parece bien que se cuide el centro histórico pero siempre debería tenerse en cuenta a los comercios tradicionales y darles facilidades para seguir trabajando bien, ya que dan vida a estos barrios». De lo contrario, los barrios se irían vaciando. «Ya cuesta encontrar una cafetería», abunda Alfonso Pérez-Maura, residente de Sa Calatrava.
A escasos metros de allí, al abrigo de las monumentales agujas de Santa Eulalia y San Francisco, pervive una de las tapicerías más emblemáticas de la ciudad. Fundada en la década de los 30, el negocio de la familia Hernández ha presenciado múltiples cambios en el barrio. Desde la época dorada de las calesas hasta la peatonalización de la zona, pasando por la erradicación de la marginalidad que llegó en los 80. «Como comerciantes, no nos gusta que nos digan qué debemos hacer mientras respetemos los reglamentos ya existentes», explica uno de los propietarios, Carlos Hernández, quien sin embargo pide prudencia hasta que se conozcan los detalles del proyecto que pretende impulsar Cort con el beneplácito del Consell. En cuanto a un posible debate, se muestra escéptico: «Ya no nos consultaron cuando quisieron peatonalizar la zona».
La misma prudencia también la solicitaban ayer una conocida inmobiliaria y un despacho de diseñadores que operan en la zona. Hasta que no conozcan los planes del Ayuntamiento y la reacción del Colegio de Arquitectos prefieren no opinar.
Claro que también hay aplausos. Joan Ferrer, vecino del casco histórico desde hace 8 años y estudiante de Historia del Arte, considera que la medida, «pese a que debería haberse adoptado antes», resulta «interesante». «Es algo necesario y estaría bien que para ello se escogiese la máxima figura, como es la de BIC; algo que por cierto ya han puesto en práctica otras ciudades».
Para Ana Siles, diseñadora y vecina, puede ser buena decisión si se respeta la opinión de la gente y, ahí coinciden todos, si las instituciones se interesan en mantenerlo y no sólo en prohibir y cargar el gasto sobre los hombros de la iniciativa privada.