diariodemallorca.es 14-8-2007
CAMILO JOSÉ CELA CONDE Una pelea con armas blancas entre cerca de setenta personas no es una reyerta, ni una algarada callejera: es una batalla campal. Así lo ha reconocido implícitamente la Policía Nacional al calificar de "gran pelea" la que se dio durante la noche del sábado en la calle de Joan Miró de nuestra capital con el resultado -milagroso- de sólo una herida que se encuentra, por fortuna, fuera de peligro. Pero que sean catorce los detenidos, que sus edades estén más allá de la adolescencia y que la mayor parte de ellos pertenezca a una banda callejera de cierto renombre indica que hay mucho peligro ya repartido en las noches de El Terreno y que algo habrá que hacer si se quiere tener la situación bajo control.
El Terreno es un barrio sobre el que ha caído durante el último medio siglo todo tipo de desgracias. Fue en tiempos el lugar de residencia de la intelectualidad extranjera llegada a Palma en aquellos años cincuenta y sesenta que tanto añoramos. Yo recuerdo muy bien la Plaza Gomila repleta de mesas al sol en las que era fácil sorprender a poetas como Toni Kerrigan. El Terreno suponía entonces un ejemplo de urbanismo mediterráneo con casas bajas, patios arbolados, callejuelas estrechas y mucha paz. Pero apareció la codicia de la mano de truhanes que, con la complicidad de alcaldes corruptos, comenzaron a transformar el barrio en otra cosa. La venta de los terrenos que ocupaban casas y conventos para levantar en ellos unos armatostes que ni siquiera con la muy ancha manga de la permisividad franquista podían considerarse legales comenzó a echar fuera a quienes habían sido los vecinos -indígenas, sobre todo, por más que los foráneos se llevaran la notoriedad mayor- hasta entonces.
Las discotecas supusieron un paso más hacia la degradación y, por supuesto, no me refiero al Tito´s aquél en que no era raro poder oír a cualquiera de los cantantes de moda, ni a La Cubana, que anticipó la fiebre por los ritmos latinos, y ni siquiera al Sargent Peppers de lazos tan estrechos con el rock americano. Hablo de la combinación de cutrerío creciente, rapiña urbanística y degradación que ha convertido el barrio en lo que es hoy sin que, por el momento, exista consistorio lo bastante preocupado por esa pérdida de un miembro de los mejores de Ciutat como para poner remedio a la situación.
Quien se pasee hoy por el principio de Joan Miró y por la Plaza Gomila puede comprobar que los locales están, en buena parte, cerrados y que los que no lo están muestran la caída hacia el lumpen. Es de suponer que los inversores más avispados estarán esperando una vuelta más de tuerca, que el barrio se degrade hasta morir para poder comprar las casas a precio de saldo, derribarlas y hacer más negocios de los que generan multimillonarios con yate gigantesco en Puerto Portals. Tal vez ese Terreno imaginable sobreviva a su estado de colapso de ahora pero no volverá a ser nunca, por esa vía infame, el de antes.
¿Podría éste recuperarse? La pregunta quizá no sea ésa, sino la de si a alguien con suficiente poder le interesa que esa recuperación se inicie. Necesitaría, por este orden, mucha vigilancia, declaraciones de ruina, derribo de moles absurdas y un plan urbanístico implacable que sólo permita construir como se hacía antes. Algo en el fondo sencillo si existiese lo más importante: la necesaria sensibilidad.