04 de juliol 2008

La ciudad de los conventos

diariodemallorca.es 4-7-2008
JOAN RIERA Esta era, y en cierta medida aún es, una ciudad de conventos y de iglesias. Basta recorrer una de las principales vías de la ciudad antigua, la actual calle de Sant Miquel, antiguamente conocida como de la Síquia, para darse cuenta de ello. Su número sería aún mayor de no mediar las desamortizaciones del siglo XIX. En torno a la calle citada, en el resto de la ciudad antigua e incluso extramuros de ella.
No todos fueron víctimas de las desamortizaciones. Algunos cayeron por causas relacionadas con la defensa de la ciudad y otros, ya en el siglo XX, por culpa de la especulación. Pero lo cierto es que los diferentes procesos de privatización de bienes eclesiásticos cambiaron la fisonomía de la ciudad. Desde las primeras de los tiempos de Carlos III y Carlos IV, con protagonismo del mallorquín Cayetano Soler, hasta las de Mendizábal y Madoz que, aunque fueron de efectos limitados, propiciaron cambios sociales, económicos y urbanísticos.Los edificios sagrados fueros sustituidos por plazas -la de Quadrado o la de la Reina-, mercados -el del Olivar- o zonas comerciales -la de los Geranios-. Fincas improductivas pasaron a manos privadas y los especuladores se enriquecieron. La ciudad ganó espacios públicos y se perdieron importantes monumentos históricos o artísticos, sobre todo en el caso del convento de Sant Domingo.
La relación sería larga. Sólo citaremos tres extramuros. El de los capuchinos, el de Itria y el de Jesús. Murallas adentro, el convento de la Consolació dio paso a la plaza Quadrado y el de Sant Francesc de Paula a la plaza de la Reina. El de las monjas de l´Olivar al mercado del mismo nombre. El de Santa Catalina de Sena, aunque la iglesia se salvó por los pelos, a un complejo comercial y residencial. El del Carme a un cuartel y, posteriormente, al edificio del INSS. El de Santa Margalida, al hospital militar... El de Sant Domingo, a la residencia palmesana de los March y a la actual sede del Parlament.
Hoy, cuando el ruido del tráfico ha sustituido al de las campanas, resulta inimaginable una ciudad en la que en cada esquina había un cenobio, una iglesia o un oratorio.