Imágen: Grabado de la portería de Santo Domingo
BARTOMEU BESTARD , Cronista de la ciudad.
Uno de los conjuntos medievales más representativos que hubo en Palma, fue el convento de Santo Domingo, el cual estaba situado en el extenso solar que hoy ocupan el palacio March, el Círculo Mallorquín, hoy sede del parlamento autonómico, y el resto de edificios porticados que alcanzan hasta Can Salas -hoy denominado edificio "Ramon Llull"-, y que hace esquina con la calle de Victoria. Por tanto, uno puede hacerse la idea de las dimensiones nada desdeñables que presentaba este Convento. Entre los edificios que configuraban el conjunto dominico -que se empezó a construir a finales del siglo XIII- destacaban la iglesia gótica, articulada a partir de una nave central de ocho tramos, flanqueados por capillas, entre las que sobresalía, por sus dimensiones y devoción, la del Roser, construida posteriormente, hacia 1480; sus dos claustros, uno grande que ocupaba la parte central de las dependencias conventuales y otro más antiguo y pequeño; y también destacaban tanto la sala capitular, como su portería, pieza singular tanto por su célebre surtidor, como por su atrevida traza gótica de bóvedas, nervaduras y columna central.
En la historia del convento aparecen luces y sombras. Luces por su contribución a la vida espiritual e intelectual de muchas generaciones de mallorquines; y sombras, al considerar algunos aspectos que, por lo menos, podemos denominar de antipopulares: la actitud de la Orden en cuanto al dogma de la Inmaculada Concepción, su oposición al culto a Ramón Llull, o la directa vinculación de los Predicadores con el Tribunal del Santo Oficio. Ello explica, en parte, que a inicios del siglo XIX, con la llegada de los nuevos movimientos liberales, el convento de Santo Domingo fuera uno de los objetivos primordiales de las leyes desamortizadoras.
El triunfo de la revolución liberal producido en 1820 en España inauguraba un breve período político conocido como el Trienio Liberal (1820-1823). En este momento se introdujeron las primeras desamortizaciones eclesiásticas. En Palma, grupos incontrolados de ciudadanos, intuyendo los cambios que se avecinaban, asaltaron la casa de la Inquisición, conocida popularmente como "sa Casa Negra" y el convento de Santo Domingo, concretamente la portería y el claustro, en dónde estaban colgados los sambenitos. En este primer momento fueron desamortizados entre otros inmuebles: el convento de la Cartuja de Valldemossa, el de los Mínimos de Santa María y Campos, el monasterio de la Real, el Temple... y fincas que pertenecían a las órdenes religiosas: Mianes, Ca l´Abat de Deià o Son Cigala... En cambio algunos conventos palmesanos como el de los agustinos, carmelitas, mercedarios o franciscanos se conservaron, también el de Santo Domingo. Todo esto sucedía en el año 1821. A pesar de haber pasado esta primera "prueba de fuego", el futuro del convento dominico no estaba nada claro y la incertidumbre se cernía cada vez más sobre el prior y demás frailes predicadores. En 1823, último año del Trienio Liberal, se despejaron las dudas. El Alcalde de Palma y el Comandante General, junto con otras autoridades, se reunieron para considerar el cierre de Santo Domingo y el de los Capuchinos, pues se tenían sospechas de que se estaba tramando una conspiración contra el gobierno. Las medidas se tomaron de forma inmediata, pues la misma noche fueron embarcados hacia Cartagena todos los frailes dominicos menores de 65 años. El culto, en cambio, se mantuvo en la iglesia del convento. En el mes de noviembre finalizó esta tensa situación, coincidiendo con el fin del período liberal. Los acontecimientos posteriores dominados por la reacción absolutista, no hicieron más que incrementar la tensión social y los ánimos liberales se crisparon y redundaron en la contundencia de la aplicación de las leyes desamortizadoras de los años posteriores, comprendidos entre 1835 y 1837. A partir de la muerte de Fernando VII (1833) se reactivó la actividad desamortizadora, y como se dice, con mayor fuerza y tenacidad que en la etapa anterior. A pesar de las enérgicas protestas de la Real Sociedad Económica Mallorquina de Amigos del País, a través de su presidente, el conde de Montenegro, el convento de Santo Domingo fue subastado. De nada sirvieron las protestas elevadas por la misma RSEMAP a la Reina, pues el 23 de enero de 1837 empezó precipitadamente la demolición del convento. Las tumbas y restos de los personajes más ilustres enterrados en Sto. Domingo fueron trasladados, a las dos de la noche, a la Catedral. Tal fue el caso, por ejemplo, de la tumba del marqués de la Romana o los sarcófagos medievales del cardenal Nicolau Rossell y fray Miquel Bennàsser. El 18 de febrero llegaba, ya demasiado tarde por el avanzado estado de la demolición, la orden del presidente del Consejo de Ministros, Sr. Mendizábal, dada en nombre de S.M. la Reina, para autorizar la paralización de la destrucción del convento. "Más de diez o doce años duró el lastimoso espectáculo que ofrecía aquella mancha en la ciudad, campo de huesos fríos o llanos asolados..." escribió José Mª Quadrado. Luego, con el paso de los años, esa cicatriz urbana iría cediendo a las construcciones que configuran el aspecto actual del solar, sin dejar huella de lo que un día fue el convento gótico más grande de Palma.