27 d’octubre 2008

Opinió: A por la catedral

diariodemallorca.es 27-10-2008
ANTONIO COLL ALONSO (*) Carácter de excesos y carencias, lujos y miserias, siempre a la greña, cainita orgulloso del fratricidio, único en la negación de la lógica, destructor de lo mejor que haya hecho, olvidadizo de su grandeza, acomodaticio en la interminable decadencia.. y así ad nauseam. Con descripciones como la que antecede, o similares, tan vacuas como pretendidamente trascendentes, se definió a los españoles, mientras los países colindantes se industrializaban y nos mandaban sus escritores viajeros para inmortalizar una nación romántica y salvaje. ¿Aún estamos en las mismas? Han demolido la Cruz. La que equilibraba con su sencillez de madera las dos grandes diosas de piedra, historia, simbolismo, belleza, y poder. Sobre todo poder. La Catedral y la Almudaina. En medio la modesta Cruz. Sin poder alguno, quizás sin belleza, símbolo e historia para casi nadie, pero referente del triunfo de lo elemental sobre el exceso. Dos pedazos de madera en forma de cruz entre el poder terrenal que transmite el palacio de los reyes y la aún más eficaz forma de poder, la Catedral con su abrazo de eternidad. El equilibrio. El llamamiento a considerar que entre tanto fasto, la sencillez de la madera cruzada representa algo invencible: la redención y el amor infinito.
La han demolido. Lo han hecho porque dicen que lo ordena una ley. ¿Pero es posible que un país tenga tan pocos problemas que se pueda permitir el gasto de energía que exige promulgar una ley para demoler una sencilla cruz de madera? No, desde luego que no. Dicen los que abogaban por la demolición que representaba un símbolo ominoso, memoria de la represión salvaje de las retaguardias de la guerra, y del sadismo impune y cobarde de la posguerra, donde los instintos más inicuos se enfundaron en inexistentes ideales para aterrorizar y liquidar al adversario. En el proceso de travestismo quedaron ocultas y desfiguradas las verdaderas intenciones y pensamientos de los ejecutores. Asesinos de toda ralea se alinearon con el bando vencedor, lo hubieran hecho con cualquiera, del que se convirtieron en adalides y feroces custodios, a la vez que aprovecharon para apropiarse de la finca del vecino o para vengarse de unos cuernos, quizás sólo supuestos. Así es la condición humana. ¿Va a cambiar la cosa con la demolición de la cruz? Si así fuera bien demolida sea, y no sólo ella sino cualquier edificación atribuible al hombre. Y a la mujer por supuesto.

Pero todos sabemos que en la próxima confrontación ocurrirá lo mismo. Delaciones, asesinatos, venganzas y todo aquello que compone el material del que están fabricados los hombres. ¿Por qué entonces ensañarse con dos pedazos de madera que al cruzarlos componen el símbolo de amor y redención más importantes de la historia de la humanidad? ¿Qué clase de impotencia empuja a semejante confusión? Tres cuartas partes, si no más, de la población de Palma, han visto siempre, hasta hace unos días, la cruz de madera entre los gigantes de piedra, la cruz lineal entre los alardes arquitectónicos del Palau del Rei Moro y La Seu. ¿pensaban los paseantes que la cruz representaba la represión y el crimen, y, si acaso, ¿pensaban que sólo ella lo hacía? ¿No albergó la Almudaina a los representantes más importantes del franquismo hasta la disolución del Régimen? ¿No fue la jerarquía de la Iglesia Católica, la más conspicua colaboradora de dicho Régimen, la titular del derecho de uso de la Catedral? Catedral cuya magnificencia fue lograda, para colmo, con la insustituible colaboración, al parecer no voluntaria, de esclavos moros (o debemos decir trabajadores magrebíes por cuenta ajena). Siendo ello así, por qué no terminan lo que iniciaron. A por la Catedral y la Almudaina. De lo contrario, si con la Cruz se dan por satisfechos, habrá que dudar de la intensidad de los sentimientos que les motivan. No se trata de cerrar heridas ni de abrirlas de nuevo, sólo de distanciarse del empecinamiento, de la fascinación por la pesadilla, de rendirles ofrenda a los monstruos de la sinrazón.

(*) Abogado