diariodemallorca.es 26-10-2008
Durante la contienda había un centenar de refugios públicos y casi 200 particulares. Algunos todavía perviven
Manuel desciende en 2006 al refugio del antiguo cine Doré. Foto B. Ramón
RAQUEL GALÁN. PALMA. En la planta baja de algunos edificios de la ciudad, hay una puerta o una trampilla que nunca se abren. Quien tiene curiosidad y la llave, puede encontrarse con un estrecho pasadizo y unas escaleras descendentes hasta un pequeño habitáculo -a veces es amplio- cubierto de suciedad, telarañas e incluso el esqueleto de una rata muerta. La humedad y la sensación de claustrofobia es agobiante. Se trata de un antiguo refugio de la Guerra Civil y está varios metros bajo tierra. Durante la contienda, en Palma había un centenar de refugios públicos y casi 200 particulares, según un plano de la ciudad de la Jefatura de Antiaeronáutica.
Muchos de ellos están tapiados o han desaparecido con las obras de las nuevas construcciones, y los que aún quedan viven en el olvido o son utilizados como trastero o bodega. "Cuando hicimos el proyecto de reforma, pensamos que sería romántico transformar el antiguo refugio en bodega para los residentes de los lofts, pero al final se impuso la razón y decidimos rellenarlo y tapiarlo", explica Manuel González, uno de los socios de la promotora HB, que hace dos años remodeló el histórico cine Doré, en el barrio de Els Hostalets, y lo convirtió en un edificio de modernas viviendas.
Peligros actuales
"El peligro de los antiguos refugios es que la mayoría de los nuevos propietarios de un edificio o los constructores no saben que existen, por lo que las nuevas estructuras se proyectan sobre ellos y puede producirse un derrumbe o infiltraciones", en palabras del estudioso Andreu Muntaner, cuyo valioso archivo engloba la historia de Mallorca. La parte positiva de las obras -añade- es que "las excavaciones para hacer garajes han permitido descubrir muchos".
El del extinto cine, situado en la calle Nuño Sanz, medía 48 metros cuadrados y tenía una capacidad para 190 personas, tal como recoge un detallado documento de Andreu Muntaner sobre la Organización de la Defensa Pasiva Antiaérea de Baleares datado en agosto de 1937. Los arquitectos de HB descubrieron que, después de la Guerra Civil, el habitáculo se utilizó como "sistema de refrigeración del aire del cine, ingenioso y ecosostenible", en palabras de González. "Como la temperatura era más fresquita -explica-, crearon otra entrada para renovar el aire y colocaron un gran ventilador para extraerlo a las salas".
Los libros de Historia apenas hablan de los antiguos refugios. En el capítulo de vida cotidiana, el volumen Mallorca durant la Guerra Civil recuerda que "tanto en Palma como en la Part Porana se construyeron o se adaptaron refugios antiaéreos y se creó una red de defensa pasiva, encargada de hacer frente a cualquier eventualidad, incluso a posibles ataques con gases tóxicos, que nunca se produjeron", como indica Josep Massot i Muntaner.
Tampoco quedan muchos testimonios de la época. Han pasado 72 años. En 1936, el historiador especialista en la Guerra Civil mallorquina Miguel Durán vivía frente al actual Hort del Rei y tenía dos años. Sin embargo, recuerda que paseaba por el Born con su madre y su abuela, y le señalaban "dónde había un refugio, por si sonaba la alarma", afirma.
Mareos y estrecheces
También explica que cuando las señoras mayores escuchaban la sirena y, tras entrar en los refugios, sentían un cierto desmayo, "les daban a oler agua de azahar para que mejorasen". Muchos años después vio en un rastro la característica botellita de color azul oscuro que guarda en su memoria y decidió comprarla. Durán afirma que en septiembre de 2009 -cuando se jubile como profesor emérito de la UIB- comenzará a escribir sus memorias, por lo que seguro que aparecerán estas anécdotas.
Los mareos y desmayos de esas mujeres son comprensibles teniendo en cuenta las dimensiones de los habitáculos. El citado manual de la Jefatura de Antiaeronáutica sobre la organización de la defensa pasiva muestra datos concretos de los refugios de la época y a quiénes pertenecían. La mayor parte de ellos oscilaban entre los diez y los cincuenta metros cuadrados. Un ejemplo del primer caso es el existente debajo de la escalera de acceso a la Catedral, donde aún se puede ver la portezuela de entrada. Allí cabían unas 40 personas. Otro ejemplo es el refugio del Ayuntamiento, de 52 metros cuadrados y con capacidad para unas 208 personas, según el documento.
Entre los refugios públicos construidos, los de más capacidad eran los de la Cueva del Moro (280 metros cuadrados para 1.120 personas), la plaza del Progreso (en 256 metros podían guarecerse 1.024 refugiados) y la calle Caro (206 metros cuadrados para 824 personas), exceptuando el túnel del tren, que también se utilizaba como refugio (medía 4.920 metros cuadrados y cabían 19.680 personas). El más profundo era el de San Magín, con siete bajadas, 119 metros y cabida para 476 personas.
En cuanto a los refugios particulares, había algunos de cien metros cuadrados, pero eran la excepción. Lo habitual era que midiesen menos de 30 metros. Asimismo, tenían contabilizados los locales privados declarados de utilidad pública.
Los escondites estaban construidos con sillería de arenisca o marés de un mínimo de 15 centímetros de espesor, cemento y hormigón. La Jefatura de Antiaeronáutica realizó concursos para la adjudicación de las obras de carácter público -al menos es lo que indica su manual- y los inspectores de refugios se encargaban de proponer "emplazamientos adecuados" para crear nuevos y "reformas de aquellos sótanos que puedan transformarse a su vez en refugios provisionales o definitivos".
Muntaner destaca que hasta hace pocos años "había señales en las paredes cuando un refugio se encontraba cerca e incluso se podían ver algunos tubos de uralita de dos o tres metros de altura, que eran los antiguos respiraderos". Antes de que proliferasen, si no había ninguno próximo, las autoridades recomendaban a la población que "se
escondiera bajo el hueco de la escalera", como recuerda. En aquella época, él tenía diez años y tuvo que acudir varias veces con sus compañeros de clase al refugio del colegio de los teatinos, detrás de la iglesia de Santa Cruz. "No tuvimos infancia, de golpe nos hicimos mayores y sabíamos cuándo y por qué teníamos que guarecernos allí", lamenta quien sufrió varias veces el retumbar de las bombas.
72 años después, caminando despacito, con un bastón para apoyarse y sin haber vuelto nunca más a un refugio, Andreu Muntaner descendió esta semana siete u ocho metros bajo tierra y visitó uno de los oscuros habitáculos del casco antiguo que todavía perviven, lleno de polvo acumulado durante tanto tiempo y con una imagen de San José a la que probablemente rezaban quienes se escondían en este lugar.