JOAN RIERA RIERA.DIARIODEMALLORCA@EPI.ES Can Berga, actual sede del Tribunal Superior de Justicia, fue una de las residencias señoriales más fastuosas de Palma. Los Berga llegaron junto a las huestes de Jaume I. Su apellido se ha relacionado con algunos de los hechos más notables de la historia de la isla, como el asesinato de Jaume Joan de Berga en 1619, que dio origen al dicho "que en som jo de sa mort den Berga!", o la muerte de Gabriel de Berga i Santacília durante los enfrentamientos entre maulets y botiflers. Los Berga también han generado leyendas. Una de ellas la esboza Màrius Verdaguer en La ciutat esvaïda. El escritor menorquín rememora a Joan Burgues, propietario de fastuoso casal en las primeras décadas del siglo XX. Era "una especie de registro civil ambulante", capaz de recordar nombre, apellidos y fecha de nacimiento de "la mitad de los habitantes de Palma". Pertenecía a la saga de Can Berga, "uno de cuyos opulentos antecesores quiso construir los pesados balcones de plata maciza". Es una falsa leyenda, nacida de un hecho intrascendente, que se extendió por la ciudad de Palma. Gabriel de Berga y Zaforteza promovió en 1754 una reforma que transformó el casal en uno de los edificios barrocos más importantes de la ciudad. Los trabajos no acabaron hasta 1760, cuando Cecília Zaforteza y de Berga se había convertido en la nueva propietaria.Por razones técnicas, las puertas de los balcones estuvieron tapiadas durante años. Según algunas opiniones ciudadanas, los moradores de la casa no querían ver las ejecuciones públicas que periódicamente se celebraban en la plaza. Otra versión, la que dio origen a la leyenda, suponía que se trataba de un castigo impuesto por las autoridades a la soberbia de los propietarios, quienes habrían pretendido instalar una balaustrada de plata maciza para evidenciar su poder económico. Resulta curiosa otra historieta relacionada con Can Berga. Uno de los propietarios pretendió embaldosar el suelo con monedas de oro y elevó una consulta al rey. La respuesta no debió agradar al noble: las piezas debían colocarse de canto para evitar que fuera pisada la efigie del monarca. Resulta evidente que las leyendas urbanas no han nacido en nuestros días. Siempre han existido. Siempre han sido imaginadas. Y en su imaginación, los palmesanos asociaron Can Berga con la opulencia.