diariodemallorca.es 17-10-2009
EDUARDO JORDÀ. En Moscú hay siete rascacielos que fueron construidos entre 1947 y 1953, en los últimos años de vida de Stalin. Los moscovitas los llaman "las siete hermanas". Uno de esos edificios es el hotel Ucrania, otro es el Ministerio de Asuntos Exteriores. Son edificios de una arquitectura entre neogótica y barroca, un poco como el edificio Dakota de Nueva York (allí donde mataron a John Lennon y donde vivió muchos años Boris Karloff), con muchos pináculos y torreones y ventanas que parecen aspilleras de una fortaleza medieval. En Rusia no hubo gótico, sino arte bizantino, así que esos edificios tuvieron que mezclar elementos de la arquitectura tradicional rusa con el neogótico americano. Hace muchos años, una guía llamada Olga me los enseñó con orgullo, y no he visto unos edificios más monstruosos sobresaliendo del horizonte. Las "siete hermanas" fueron un capricho de Stalin, que quería impresionar a los visitantes extranjeros con sus propios rascacielos tan gigantescos como los de Nueva York. Y no hay que olvidar que fueron construidos cuando había millones de presos políticos en el gulag siberiano.
No sé si en Moscú hay un equivalente de nuestra "Associació Memòria de Mallorca", pero si la hubiera, ya tendría que haber exigido la inmediata demolición de las "siete hermanas". Esos edificios son tan totalitarios –suponiendo que un edificio tenga ideología– como lo es el monumento de sa Feixina a la memoria de los muertos del crucero "Baleares". Las "siete hermanas" fueron construidas para glorificar a un dictador sanguinario que ejecutó y esclavizó a millones de víctimas inocentes, igual que hizo el régimen criminal de Franco con los derrotados republicanos de la guerra civil. ¿No es ése un motivo suficiente para derribar los siete edificios? Porque imagino que los miembros de la "Associació Memòria de Mallorca" –tan loablemente preocupados por la Historia– han visto la película Katyn, de Andrezj Wadja, que ahora mismo se proyecta en el Rívoli. ¿O es que no la han visto? O peor aún, ¿es que no les interesa verla? Interesante pregunta.
Setenta años después del final de nuestra guerra civil, todavía somos incapaces de entender lo que pasó. Seguimos pensando que la España de la República era una Arcadia feliz llena de campesinos bondadosos y maestros abnegados, en la que de pronto irrumpió un grupo de legionarios borrachos al grito de "¡Viva España, cagoenlaputa!". Por desgracia, los legionarios borrachos fueron reales y protagonizaron miles de crímenes imperdonables, pero la guerra civil no fue una historia en la que sólo hubo buenos y malos. Nada de eso. No olvidemos que en España chocaron de frente dos trenes, el del totalitarismo de Stalin contra el del fascismo de Hitler y Mussolini, y que demócratas, lo que se dice demócratas, había muy pocos. Basta pensar en Azaña, tan asqueado del curso de la guerra civil que la prensa franquista fue publicando sus diarios robados, o en el pobre Lluís Companys, harto de los desmanes de los milicianos anarquistas y comunistas en Barcelona.
Por lo demás, ni siquiera podemos estar seguros de que el monumento del "Baleares" sea un monumento "fascista". Fascistas eran los mandos del crucero, eso sí, pero no creo que lo fueran los marineros muertos en el hundimiento del buque. En el "Baleares" había cientos de marineros vascos –de Ondarroa– y otros cientos de marineros mallorquines, y todos habían sido enrolados a la fuerza sin que nadie les preguntase su opinión (y lo mismo, por cierto, puede decirse de muchos soldados republicanos). Cualquier palmesano conoce bien el monumento del "Baleares" en sa Feixina. ¿Hay que derribarlo? Yo creo que no. Quizá bastaría dedicarlo a todos los marinos muertos en la guerra civil, que fueron muchos, y en los dos bandos (y no hay que olvidar a los oficiales "franquistas" ejecutados por los marineros amotinados en Maó y en Cartagena). Pero todavía hay entre nosotros demasiado rencor vengativo hacia un pasado que es ineluctable, nos guste o no. Y más que derribar monumentos, quizá deberíamos empezar por hacer las paces con nosotros mismos: con nuestro propio rencor, con nuestra propia irritación, con nuestro propio odio. Eso, me parece, es lo que han hecho los rusos con sus "siete hermanas": dejarlas en paz, a pesar de lo que significan, porque ahora ya nadie puede remediar lo que ocurrió mientras las construían.