diariodemallorca.es 25-10-2009
MIGUEL DALMAU . Fiel a su costumbre, mi colega Eduardo Jordá abordó hace pocos días un tema muy espinoso, aportando su habitual dosis de sensatez. Me refiero, claro está, a la polémica continua que genera el monumento de Sa Feixina. Confieso que hace tiempo que deseaba pronunciarme, no sólo como un ciudadano de a pie sino como una persona que ha dedicado los cuatro últimos años de su vida a tratar de averiguar ciertas cosas que pasaron por aquí. Durante la guerra. Sin embargo, nadie debe creer que esta rara condición mía, que concurre por razones obvias en muy pocas personas que se pronuncian a diario sobre el caso, me confiere una autoridad especial. De hecho, todavía no tengo una opinión satisfactoria, una opinión radical y partidista, esa que por lo visto es la que se estila en el país. En cambio, manejo algunas ideas que trato en vano de ordenar en mi cabeza.
El gran problema, señores, reside en que este monumento evoca un hecho de la guerra civil. Es decir, si estuviéramos hablando de la batalla de Bailén, donde encorrimos al invasor gabacho, o incluso la batalla de Trafalgar en la que, pese a la derrota, nos llevamos al mismísimo Nelson por delante, no habría discusión. Pura cuestión de estética. Nos gusta o no nos gusta. Pero lo del crucero franquista "Baleares" reactiva en mala hora las banderías. Para algunos fue la tumba flotante donde se ahogaron un puñado de marinos inocentes, carne de cañón, que se habían enrolado en una aventura heroica; para otros, es el símbolo de un barco enemigo que contribuyó a borrar todos sus sueños. Aún así, no creo que muchos mallorquines padecieran el castigo directo de sus cañones. En realidad el "Baleares" machacó duramente el litoral catalán. Y si les preguntaran a mis tíos que veraneaban en la Costa Brava, por ejemplo, ellos responderían que el crucero de marras era la encarnación viva del Mal. Con grumetes o sin ellos. Lo malo del monumento, insisto, es que evoca nuestros peores impulsos cainitas. Y visto el panorama, no es necesario ninguna guerra para ponerlos en funcionamiento.
Diré más. Estéticamente no me desagrada. Lo prefiero a casi toda la bazofia contemporánea. Ahora bien, si estuviera en mi mano poder conservarlo, lo haría con una sola condición. Borrar ciertas cosillas que ya no tienen ni deben tener curso legal en el mundo moderno. La leyenda labrada en piedra nos habla de España, cierto, pero de la España de unos que se impuso por la fuerza a los otros. Es decir, es una conmemoración de nuestro pecado original, a la que le falta aún la imprescindible ceremonia del perdón. En cuanto al emblema de Falange que decora el escudo, tendría que desaparecer sin mayores contemplaciones. Porque aunque celebre la memoria de los caídos, también mantiene vivo el muy amargo recuerdo de la represión mallorquina, de la que deberíamos avergonzarnos todos. En fin, que así veo las cosas. Pero a diferencia de otros, yo no pido la dinamita sino la intervención inmediata del comando más fino de grafiteros.