Imágen: Concentración absurda de palmitos
CARLOS GARRIDO De un tiempo a esta parte, y mande quien mande, el arte de los jardines en nuestros lares merece un suspenso con alevosía. A uno le entra la sospecha que la planificación no se realiza por la belleza conjunta de árboles y plantas, ni por el solaz que puedan proporcionar a los ciudadanos, ni mucho menos pensando en que las plantas son también seres vivos y merecen respeto. No. El criterio parece ser eminentemente comercial. Vender. Cuanto más mejor.
El último ejemplo desgraciado está en el Jardí Botànic, un espacio verde que nació a impulsos del capitán general José María de Alós. La iniciativa se planteó en 1827, pero se necesitaron más de cuarenta años para rematarla. Testimonio de aquello es el gigantesco ficus, procedente de Australia, que según las crónicas fue plantado en 1830.
Durante mucho tiempo hemos visto este jardín botánico cerrado y sumido en el olvido. Pero ahora que lo acaban de reabrir, uno piensa que casi era preferible como estaba antes.Aberrante en grado sumo es esa especie de "jardín de palmitos" que han plantado en la parte central. Unas palmáceas que, para más inri, se han colocado unas junto a otras. Demasiado cerca. Y junto a dos palmeras ya crecidas.
Probablemente se haya intentado representar un tipo de flora mallorquina, como el pobre "tamarell" situado en medio del parterre, tan lejos de su hábitat. La elección resulta absurda. Si tenemos en cuenta la falta de espacios verdes en el centro de Ciutat, y el buen emplazamiento de este jardín, lo lógico es que se hubiera habilitado algún tipo de vegetación más agradosa, más interactiva con la gente. Desperdiciar ese terreno con un espacio no disfrutable, que pincha y además no proporciona sombra, abrigo ni solaz, es una mala idea.
Sólo con el inmenso ficus ya bastaba. Es suficientemente bello e impresionante como para albergar un pequeño jardín bajo sus ramas. Pero, como siempre, los diseñadores (?) de jardines patrios se han dejado llevar por un extraño "horror vacui" que debe hacer las delicias de los planteles.La hilera de bancos dispuestos frente tanta palmácea parecen una broma. Cuando crezcan no se verá nada.
El último ejemplo desgraciado está en el Jardí Botànic, un espacio verde que nació a impulsos del capitán general José María de Alós. La iniciativa se planteó en 1827, pero se necesitaron más de cuarenta años para rematarla. Testimonio de aquello es el gigantesco ficus, procedente de Australia, que según las crónicas fue plantado en 1830.
Durante mucho tiempo hemos visto este jardín botánico cerrado y sumido en el olvido. Pero ahora que lo acaban de reabrir, uno piensa que casi era preferible como estaba antes.Aberrante en grado sumo es esa especie de "jardín de palmitos" que han plantado en la parte central. Unas palmáceas que, para más inri, se han colocado unas junto a otras. Demasiado cerca. Y junto a dos palmeras ya crecidas.
Probablemente se haya intentado representar un tipo de flora mallorquina, como el pobre "tamarell" situado en medio del parterre, tan lejos de su hábitat. La elección resulta absurda. Si tenemos en cuenta la falta de espacios verdes en el centro de Ciutat, y el buen emplazamiento de este jardín, lo lógico es que se hubiera habilitado algún tipo de vegetación más agradosa, más interactiva con la gente. Desperdiciar ese terreno con un espacio no disfrutable, que pincha y además no proporciona sombra, abrigo ni solaz, es una mala idea.
Sólo con el inmenso ficus ya bastaba. Es suficientemente bello e impresionante como para albergar un pequeño jardín bajo sus ramas. Pero, como siempre, los diseñadores (?) de jardines patrios se han dejado llevar por un extraño "horror vacui" que debe hacer las delicias de los planteles.La hilera de bancos dispuestos frente tanta palmácea parecen una broma. Cuando crezcan no se verá nada.