Grabado de Antoni Furió en el que se ve la puerta de 1835.
JOAN RIERA Lástima. Palma no tiene una puerta como la de Alcalá madrileña o la de Bisagra toledana. La de Madrid, construida bajo el impulso de Carlos III, es meramente ornamental. La de Toledo es de Carlos V, y no sabemos si quedarnos con ella o con su vecina del Sol, que es mudéjar y del siglo XIII.
Palma también pudo tener su puerta emblemática. Para algunos sería la de Santa Margalida, de la conquista o de Bab al Kofol, que los tres nombres recibía. Por desgracia fue víctima de los ignorantes en la noche del 26 al 27 de febrero de 1912.
En mi opinión la puerta emblemática debería ser la del Moll. O mejor dicho, las del Moll, porque hubo más de una. La que se conserva entre sa Llonja y el Consolat de la Mar es elegante. Por desgracia su ubicación actual la ha convertido en un elemento meramente ornamental que pasa desapercibido junto a la grandiosidad del edificio de Sagrera. Fue construida en 1620 por el maestro de fortificación Antoni Saura. Es de estilo manierista y está rematada por una estatua de la Inmaculada Concepción, patrona de Mallorca, lo que denota la importancia que se daba a esta puerta. En ella trabajó el escultor Jaume Blanquer, autor, entre otras obras, del retablo del Corpus en la catedral.
Esta Porta del Moll estaba originalmente en la desembocadura de la calle del Mar. El 24 de julio de 1835 se inauguró una nueva Porta del Moll. Fue proyectada por el arquitecto de la corte González Velázquez, autor también de la reforma del Born. Estaba al final de lo que hoy es la calle Antoni Maura. Tenía dos vanos guardados por columnas dóricas, puro estilo neoclásico.
En 1873, con el derribo de un sector del lienzo de las murallas que daba al mar, comenzó el fatal destino de la fortificación diseñada por El Fratín. Las dos Portes del Moll perdieron su función. La más antigua fue conservada y reubicada en los jardines de sa Llonja.
Una puerta para que se convierta en emblemática debe estar en un acceso importante a la ciudad. Las Portes del Moll eran ideales para convertirse en un símbolo de Palma. Lástima que una desapareciera y la otra fuera ubicada en un lugar por el que solo circulan el president del Govern y algunos de sus funcionarios e invitados. Si se hubiera mantenido junto a la calle Antoni Maura, seguro que estaríamos hablando de uno de los lugares más fotografiados de la ciudad.
Palma también pudo tener su puerta emblemática. Para algunos sería la de Santa Margalida, de la conquista o de Bab al Kofol, que los tres nombres recibía. Por desgracia fue víctima de los ignorantes en la noche del 26 al 27 de febrero de 1912.
En mi opinión la puerta emblemática debería ser la del Moll. O mejor dicho, las del Moll, porque hubo más de una. La que se conserva entre sa Llonja y el Consolat de la Mar es elegante. Por desgracia su ubicación actual la ha convertido en un elemento meramente ornamental que pasa desapercibido junto a la grandiosidad del edificio de Sagrera. Fue construida en 1620 por el maestro de fortificación Antoni Saura. Es de estilo manierista y está rematada por una estatua de la Inmaculada Concepción, patrona de Mallorca, lo que denota la importancia que se daba a esta puerta. En ella trabajó el escultor Jaume Blanquer, autor, entre otras obras, del retablo del Corpus en la catedral.
Esta Porta del Moll estaba originalmente en la desembocadura de la calle del Mar. El 24 de julio de 1835 se inauguró una nueva Porta del Moll. Fue proyectada por el arquitecto de la corte González Velázquez, autor también de la reforma del Born. Estaba al final de lo que hoy es la calle Antoni Maura. Tenía dos vanos guardados por columnas dóricas, puro estilo neoclásico.
En 1873, con el derribo de un sector del lienzo de las murallas que daba al mar, comenzó el fatal destino de la fortificación diseñada por El Fratín. Las dos Portes del Moll perdieron su función. La más antigua fue conservada y reubicada en los jardines de sa Llonja.
Una puerta para que se convierta en emblemática debe estar en un acceso importante a la ciudad. Las Portes del Moll eran ideales para convertirse en un símbolo de Palma. Lástima que una desapareciera y la otra fuera ubicada en un lugar por el que solo circulan el president del Govern y algunos de sus funcionarios e invitados. Si se hubiera mantenido junto a la calle Antoni Maura, seguro que estaríamos hablando de uno de los lugares más fotografiados de la ciudad.