Los especialistas llevan a cabo una importante labor de conservación de estas piezas históricas
En el mismo tejado de Can Xoroi se puede apreciar una buena muestra de las tejas pintadas. Foto: M.J.
MARGALIDA JOY. Fornalutx es un pueblo de la Serra de Tramuntana, situado en un entorno natural privilegiado, pero además, en sus calles de piedra se respira historia, una historia que para catarla hace falta sólo que el visitante levante la cabeza y observe las antiguas tejas que los habitantes del pueblo pintaron en los siglos XVII y XVIII.
Desde mediados de julio, muchas de estas tejas comparten espacio con la recién restaurada almazara de Can Xoroi, en un lugar especialmente creado para estas piezas, a las que durante los últimos dos años se les ha hecho un importante trabajo de lavado y restauración. Jaume Pinya, artista local colaborador, explica que la historia de éstas suele confundirse, ya que muchos creen que son de origen musulmán «tal vez porque el nombre de este tipo de teja es 'teja mora'». Lo cierto es que las piezas que se conservan son muy posteriores a la ocupación musulmana, aunque lo cierto es que su origen se pierde en la historia. Sin embargo, Pinya remarca que lo que se ha conservado «es la decadencia de este arte, ya que se supone que era mucho más elaborado, aunque algunos de los elementos conservados son bastante antiguos».
Decorar las tejas formaba parte del ritual de construcción de la casa. La función de los dibujos «era principalmente protectora», asegura Pinya, «pero también ornamental».
«Se puede considerar un tipo de pintura al fresco con un técnica algo rudimentaria», añade Clara Mateu, técnica encargada de la restauración. «Primero se impregnaba la teja con cal y, a continuación, se realizaban los dibujos con pigmento, normalmente a base de óxido de hierro», explicó.
«Nuestro trabajo consiste en limpiar las tejas que llegan aquí mediante donaciones, y aunque la mayoría son de casas de Fornalutx, también hay algunas piezas de casas de Sóller e incluso una de La Vileta, en Palma». Esta costumbre estaba extendida en toda la Isla, así como en Barcelona y Valencia -aunque con técnicas algo distintas-, pero donde más se ha conservado es en Sóller y Fornalutx.
MARGALIDA JOY. Fornalutx es un pueblo de la Serra de Tramuntana, situado en un entorno natural privilegiado, pero además, en sus calles de piedra se respira historia, una historia que para catarla hace falta sólo que el visitante levante la cabeza y observe las antiguas tejas que los habitantes del pueblo pintaron en los siglos XVII y XVIII.
Desde mediados de julio, muchas de estas tejas comparten espacio con la recién restaurada almazara de Can Xoroi, en un lugar especialmente creado para estas piezas, a las que durante los últimos dos años se les ha hecho un importante trabajo de lavado y restauración. Jaume Pinya, artista local colaborador, explica que la historia de éstas suele confundirse, ya que muchos creen que son de origen musulmán «tal vez porque el nombre de este tipo de teja es 'teja mora'». Lo cierto es que las piezas que se conservan son muy posteriores a la ocupación musulmana, aunque lo cierto es que su origen se pierde en la historia. Sin embargo, Pinya remarca que lo que se ha conservado «es la decadencia de este arte, ya que se supone que era mucho más elaborado, aunque algunos de los elementos conservados son bastante antiguos».
Decorar las tejas formaba parte del ritual de construcción de la casa. La función de los dibujos «era principalmente protectora», asegura Pinya, «pero también ornamental».
«Se puede considerar un tipo de pintura al fresco con un técnica algo rudimentaria», añade Clara Mateu, técnica encargada de la restauración. «Primero se impregnaba la teja con cal y, a continuación, se realizaban los dibujos con pigmento, normalmente a base de óxido de hierro», explicó.
«Nuestro trabajo consiste en limpiar las tejas que llegan aquí mediante donaciones, y aunque la mayoría son de casas de Fornalutx, también hay algunas piezas de casas de Sóller e incluso una de La Vileta, en Palma». Esta costumbre estaba extendida en toda la Isla, así como en Barcelona y Valencia -aunque con técnicas algo distintas-, pero donde más se ha conservado es en Sóller y Fornalutx.