diariodemallorca.es 22-11-2008
CARLOS GARRIDO La aparición de un conjunto arqueológico en Son Espases no es ninguna novedad. En primer lugar porque ya se conocía desde hace meses. En segundo, porque ya antes del inicio de las obras se advirtió una y otra vez de la fertilidad histórica de ese lugar. Con lo cual, era de esperar la aparición de éste y otros restos que ya nunca recuperaremos.
Pero, además, este yacimiento nos recuerda la historia desgraciada de Antoni Maura y tantos otros lugares que fueron sacrificados. Dejando, eso sí, el testigo de unas cuantas ruinas arruinadas. Es decir, las paredes detrás de un vidrio en aparcamientos o viviendas. ¿Pasará lo mismo en Son Espases? ¿Se "trasladará" el conjunto?
A veces las respuestas oficiales a estas cuestiones son esencialmente conductistas. Responden a salidas rápidas, soluciones "parche" que si se piensan profundamente resultan absurdas.
En el caso de Son Espases, está claro que los restos aparecidos no tienen gran monumentalidad. Y hacer de ellos un caballo de batalla supone desviar la verdadera atención hacia otros derroteros. Por más que se conserven esos cimientos de paredes "in situ" o desplazados, el verdadero destrozo ha sido otro.
La conservación del patrimonio no consiste sólo en restaurar una pared y dejarla en un aparcamiento. O en una rotonda cochambrosa, como sucedió con el santuario de Son Oms. Lo importante son los enclaves, el conjunto en sí. Su significado e interpretación. Son Espases es una zona rica en agua que fue habitada desde la prehistoria. Lo pertinente era rescatar ese carácter general. Marcando en primer lugar una zona a proteger y divulgar. Y luego rescatar todos sus elementos: restos materiales, conducciones andalusíes, ruinas... Eso es precisamente lo que se ha perdido, con el arrasamiento del subsuelo y el destrozo inconfeso de muchos materiales, desaparecidos para siempre.
Conservar una ruina arruinada como coartada no deja de ser un pobre cataplasma. Sólo cabe imaginar lo que podría haber sido el conjunto de Antoni Maura, conservado como se ha hecho con el subsuelo romano en Barcelona o Badalona. Y confrontarlo con lo que es. Un triste e incompleto panel, una pantalla que no funciona, y un muro que nadie va a visitar.