Algunos de los trabajos de filigrana de las monjas. Foto: S. Llompart
LOURDES DURÁN. PALMA. Rezar y coser, orar y planchar. Desde siempre las monjas han cosechado la habilidad de las artes del hilo. Por ello, algunos conventos como el de las Caputxines tienen en sus cuatro habitantes, auténticos custodios del patrimonio etnográfico. La celda planchador de este convento del siglo XVII se ha habilitado, gracias al aporte financiero del Govern, a través de Inestur, y del Consell de Mallorca, de unos 13.000 euros. Desde ahora, se incluye en la visita del edificio religioso, muy rico en elementos etnográficos "gracias a que las monjas lo guardaban todo".
Aina Pascual y Jaume Llabrés, comisarios de la visita, presentaron ayer este pequeño espacio al que, por razones de idoneidad -"las religiosas siguen viviendo en el edificio, y las visitas no pueden molestarlas"-, subrayó Pascual, se ha añadido la recreación de una celda.
Las labores de bordado, muchas de ellas son auténticas filigranas de cosido, así como el trabajo paciente en el planchado de las ropas litúrgicas, atestiguan un vivir al margen del reloj contemporáneo. En pequeños capazos, se ven los trabajos de pasamanería; aún quedan restos de hilaturas de oro que "se usaban para los cultos en días señalados", recuerda Llabrés.
Tanto él como Aina Pascual llevan años inventariando el valioso patrimonio etnográfico que "de no haberlo registrado, se habría ido al cubo de basura", indica Llabrés. Son más de 1.500 piezas registradas, de las que 700 ya están publicadas en un catálogo. Bel Oliver, del Consell, y Miquel Nadal, del Govern, asistieron ayer a la visita.
Aina Pascual y Jaume Llabrés, comisarios de la visita, presentaron ayer este pequeño espacio al que, por razones de idoneidad -"las religiosas siguen viviendo en el edificio, y las visitas no pueden molestarlas"-, subrayó Pascual, se ha añadido la recreación de una celda.
Las labores de bordado, muchas de ellas son auténticas filigranas de cosido, así como el trabajo paciente en el planchado de las ropas litúrgicas, atestiguan un vivir al margen del reloj contemporáneo. En pequeños capazos, se ven los trabajos de pasamanería; aún quedan restos de hilaturas de oro que "se usaban para los cultos en días señalados", recuerda Llabrés.
Tanto él como Aina Pascual llevan años inventariando el valioso patrimonio etnográfico que "de no haberlo registrado, se habría ido al cubo de basura", indica Llabrés. Son más de 1.500 piezas registradas, de las que 700 ya están publicadas en un catálogo. Bel Oliver, del Consell, y Miquel Nadal, del Govern, asistieron ayer a la visita.