diariodemallorca.es 13-6-2009
J. VIDAL VALICOURT Muchos de los mallorquines que visitan Raixa se sonrojan al comprobar el estado en que se encuentra el Símbolo. La mallorquinidad se siente herida ante tamaño desastre. No sé qué cara estará poniendo ahora Jill Sanders, pero sin duda el careto duro de Munar y el rostro ausente de Matas permanecerán impasibles. No es fácil que el cemento se conmueva. Ellos, la pareja, hicieron lo posible e imposible por arrebatarle la mansión a una extranjera. Ellos querían hacer país, pueblo, ser los benefactores de la mallorquinidad alegando lo siguiente: Raixa, para los mallorquines. Pues ahí está Raixa para los mallorquines, hecha unos zorros. Cuando un gobernante se hincha la boca de pueblo, lo más sensato es echar a correr o, en fin, correr a gorrazos a estos sujetos –por llamarlos de algún modo– que pretenden ser los benefactores de una parte de la humanidad, ese ente abstracto, esa gran palabra vacua, esa nada. Muchos de los mallorquines que apoyaron con voz unánime y entregada la adquisición de Raixa por nuestros próceres de tres al cuarto, resulta que salen cabizbajos y cariacontecidos al ver el estado del Símbolo. Un símbolo hecho trizas pero, oiga, nuestro símbolo al fin y al cabo. Antes Munar, Matas y cualquier mediocre gobernante local que una mujer extranjera. Pues ahí lo tienen. Después del tremendo gasto, el resultado es desolador. Pero, claro, lo importante era que esa forastera no se quedase con el Símbolo. Hoy en día, no les quepa la menor duda, Raixa estaría como los chorros del oro. Sin embargo, el pueblo, que según los gobernantes de cemento armado, son los auténticos propietarios del Símbolo, no sabe mantener una finca que es una especie de Tara y, ahora sí, sin complejos, pónganlo en minúscula. Una verdadera tara, eso es en lo que ha quedado el Toisón de la mallorquinidad. A no ser que hagamos de la decadencia y los hierbajos una estética nacional, si de eso se trata. Los trabajos de restauración y adecentamiento costarán un dineral. Suménselo al precio que en su día el binomio Munar-Matas nos pispó con la intención de convertirse en los adalides de la santa mallorquinidad, ahora lacerada.
En fin, cuando el Símbolo sea remodelado, su simbolismo quedará anulado por una reconversión en parador o centro de estudios de la biodiversidad. Ya no será icono, sino edificio institucional que albergará a un buen número de funcionarios. Estará limpio de polvo y paja, pero perderá su carácter sagrado. Y, de algún modo, me alegro, pues nada tan cansino y cursi como esos sacrosantos lugares que representan la identidad de un pueblo, de un pueblo mancillado y burlado por papá Estado, que se erige en garante descuidado y flojeras de esta mansión de los Plaff. Para que vean, el Símbolo acabará siendo algo tan funcional y anodino como es una gran oficina, por mucha biodiversidad que le pongan al asunto. O, en fin, en parador nacional. De este modo, pasaría a formar parte de la extensa red de paradores nacionales que cubren España. Y ahí está la broma: Raixa acabaría siendo un parador español más, exento de cualquier halo de santidad. Lo cual, por otro lado, estaría muy bien. En fin, a ver si de una vez por todas aprendemos a desconfiar de quien se hincha la boca de pueblo. "Raixa para los mallorquines", ja. Aunque, bien mirado, las ruinas también tienen su encanto.