16 de juny 2010

El genio olvidado de sa Llotja

diariodemallorca.es 16-6-2010

Opinió

JOAN RIERA
RIERA.DIARIODEMALLORCA@EPI.ES Pasamos frente a símbolos de la ciudad y tan acostumbrados estamos a su presencia que dejamos de apreciarlos. Vemos los edificios emblemáticos sin valorar el esfuerzo de la inteligencia que los planificó ni el de la fuerza que los levantó. Obras de arte magníficas nos observan desde hace siglos y ni siquiera nos interesamos por conocer quién las talló, esculpió, moldeó o pinto.
La historia y sus protagonistas. Sus héroes y sus villanos. Los episodios grotescos, valerosos o cobardes se muestran ante nuestros ojos en cada rincón de Palma y nosotros, ignorantes, les damos la espalda. Detrás de las obras que a continuación recorreremos hay una única mano de artista, un genio mallorquín de la Edad Media. ¿Cuántos de nuestros conciudadanos le conocen?, ¿cuántos se sienten orgullosos de él?, ¿cuántos se detienen, aunque sea un instante, a admirarlas?
Comencemos por el Consolat de la Mar. En la fachada, a la izquierda del portal de acceso, una lápida con un ángel en bajorrelieve. Pieza sencilla, pero elegante. Desplacémonos a la vecina Llotja de Mercaders. Una de las mejores obras del gótico civil del Mediterráneo. De planta cuadrangular, con torres octogonales en las esquinas. Es un edificio sobrio y armonioso. La gárgolas son de una factura de gran artista. Los animales fantásticos asustarán a los malos espíritus que pretendan penetrar en este sancta sanctorum. Sobre el portal de levante el ángel de los mercaderes recibe a los comerciantes de ayer y a los turistas de hoy. Sus alas son inmensas, la cara es dulce y la sonrisa cálida. Dentro, un techo sostenido por seis palmeras de piedra de tronco helicoidal
Llegamos hasta la catedral. En el portador del Mirador, cuya traza dibujó Pere Morey, encontramos dos esculturas que destacan por su perfección, una a cada lado, Sant Pere y Sant Pau.
Obras diversas y una sola mano. La de un felanitxer nacido en torno a 1380 y fallecido en Nápoles en 1454. Trabajó en Perpiñan, en Mallorca y en el reino italiano. Se llamaba Guillem Sagrera. Clausuró el gótico e intuyó el renacimiento. Abandonó su tierra envejecido y desilusionado. Seis siglos después, como otros genios de esta isla, hubiera vuelto a marcharse porque seguiría siendo menospreciado.