diariodemallorca.es 21-8-2008
La restauración de la joya del gótico civil ha permitido a los técnicos acercarse a las esculturas y gárgolas de la fachada y descubrir en ellas restos policromados
CARLOS GARRIDO. PALMA. Sa Llonja ha cambiado de aspecto. Desde hace unas semanas aparece enmascarada por un andamio. Como si fuese un edificio en construcción. Pero en realidad, lo que se está haciendo es una rehabilitación de esta obra de Guillem Sagrera, que a principios del Renacimiento consagró los mejores esplendores del gótico.
En estos momentos, la restauración está centrada en reparar los efectos negativos de otras rehabilitaciones anteriores. Sa Llonja respira, se equilibra. Durante cinco siglos se ha mantenido ante la acción de los hombres, del clima y el mar (recordemos que estaba junto a la orilla), ha resistido a terremotos. Pero algunas intervenciones desgraciadas, como el sellaje con un mortero muy impermeable de las comisuras de la piedra, ha hecho que esta almacene humedad y no transpire como hizo durante siglos. Con lo que ahora hay que suprimir uno a uno esos sellajes. Lo mismo ocurre con los añadidos que, abiertos con máquinas de disco, tapaban las partes dañadas. Con eso lo que se ha conseguido es que el añadido nuevo se deteriore antes que el antiguo y que encima salgan al descubierto las feas cicatrices de la radial. La cubierta se intenta que vuelva a ser como lo fue originalmente. A cielo descubierto, con bajantes para conducir el agua a las gárgolas. Pero lo más espectacular es descubrir merced a los andamios las decenas de ojos que nos miran desde esa maravilla del arte mallorquín. Gracias a Pere Rabassa, el arquitecto que está al frente de las obras, hemos podido recorrer esa armadura y descubrir muchas cosas sorprendentes.
Impresiona el gran Ángel de la Mercaderia, obra maestra de Sagrera. La piedra está carcomida y le faltan algunas partes. Pero tiene una fuerza extraordinaria. Visto desde cerca se descubre que estuvo originalmente policromado. El pelo sería de un color cobrizo, y en las archivoltas aparecen tonos verdosos. Igualmente, la parte de piedra picada que está en el tímpano podría corresponder a una zona con pinturas, que se ha perdido. El ángel conserva una sonrisa enigmática a lo Gioconda, con sus enormes alas también de colores, con detalles de la vestimenta, incluso los cordones con el bordón. Si desde lejos es una pieza maestra, desde cerca la impresión resulta más acentuada.
Muchas esculturas están deterioradas. La Santa Clara de la esquina con el Passeig Marítim tiene la cara casi borrada, aunque vemos los hábitos y el libro abierto con letras góticas que lleva en la mano. Lo mismo ocurre con Sant Joan, que parece trazar un rictus de dolor. Como si le doliese la piedra.
Siempre me había intrigado la expresión del Niño Jesús de la Virgen que se encuentra en el tímpano de la puerta que da al Consolat de Mar. Me parecía un pequeño de rasgos africanos. Al contemplarlo a poca distancia me doy cuenta de que está mamando, y por eso su rostro se deforma y aparece extraño visto desde abajo. A Sagrera le gustaban los mametiformes, porque además de esa Virgen "kourotrofos" o alimentadora, dos de las gárgolas tienen sendos pechos, con sus pezones bien caracterizados. Y es que las gárgolas son sorprendentes. Mientras los santos y los angelotes nos miran con ojos ciegos, deteriorados, las gárgolas gozan de un estado increíble de conservación. Parecen modernas. Son animales grotescos, imposibles. Una especie de chivo, una cabra, un hombre que lleva un niño en el vientre, un león... Garras, alas enormes, dientes, ojos desemesurados, cuernos. Incluso una cartela humorística que dice: "O com es fret!" (¡qué frío hace!). Pero quedan también muchos otros detalles y filigranas. Cabezas de ángeles y santos, tracerías góticas, pináculos, nervaduras. Entre ellas llaman la atención numerosos impactos de balas o metralla.
Visto a pocos centímetros, el edificio de Sa Llonja multiplica su interés. Muestra grafitos, huellas, antiguas argollas para colgar damascos que cubrían la plaza, aros para banderas. Durante un año estará en obras, pero cuando haya sido rehabilitado valdrá la pena.