diariodemallorca.es 17-8-2008
La ciudad ha perdido el 87 por ciento de las viviendas nobiliarias con las que llegó a contar y sólo un reducido grupo conserva su estructura y mobiliario originales
Salón de tapices de Can Puig. Todo fue subastado en 1999. Fotos: Donald Murray para ´La Casa y el Tiempo´
MIGUEL VICENS. PALMA. Vivieron su momento de máximo esplendor en el siglo XVIII. Pero hoy tan sólo dieciséis casas señoriales de las ciento veintisiete con las que llegó a contar Palma alrededor de las antiguas parroquias de L´Almudaina, Santa Eulàlia, Sant Nicolau, Santa Creu, Sant Jaume y Sant Miquel se conservan con los principales elementos de su estructura original y las piezas de mobiliario que las vistieron y caracterizaron.
Can Oleza, el excepcional inmueble de una familia de la alta nobleza mallorquina, todavía está en la lista, pese a su un futuro incierto tras firmar sus propietarios una opción de compra con Vicente Grande, hoy en suspensión de pagos. Can Marqués, sin embargo, uno de los casos más notables de vivienda señorial de un antiguo mercader enriquecido, se ha caído del cada vez más reducido grupo, pues ya no está vestida con sus antiguos muebles.
La progresión de la pérdida patrimonial avanza durante las dos últimas décadas con paso firme. A un ritmo de una casa cada dos años. En la mayoría de los casos la pérdida se produce en silencio: una generación muere o decide vender y el inmueble cambia de manos, se reparten o venden sus piezas de mobiliario y el edificio transforma su uso o queda como mera fachada, como ocurrió en su día con Can Bordils, Ca la Torre, Ca la Gran Cristiana o Can Sollerich, adquirido por el primer Gobierno socialista de Cort con algunas piezas de mobiliario, la mayoría de las cuales terminaron en depósitos municipales. Pero también han sucedido pérdidas más sonadas con la Administración mirando directamente hacia otro lado, cuando tenía mucho que decir y hacer en la defensa del patrimonio, como en los casos de Can Puig, la subasta de sus muebles y obras de arte en 1999 y la conversión de la casa señorial en apartamentos de lujo, todavía hoy sin terminar; o la del Palau March, sede de la Fundación Bartolomé March, cuyos interiores han sido desprovistos de algunos de los muebles y obras de arte más valiosos que lo vistieron, como el cuadro de Goya La condesa de Benavente, motivo de una encendida disputa familiar en 2004 en la que el Govern se cuidó mucho de intervenir y defender los intereses públicos.
La historiadora Aina Pascual, estudiosa del tema y autora junto a Donald Murray del volumen La casa y el tiempo, publicado por la editorial Olañeta en 1989 y del que han aparecido tres ediciones y se prepara una nueva, contextualiza el proceso. "En el siglo XVIII estas casas señoriales de Palma eran un emblema, un símbolo del sistema social y económico que empezó a desaparecer en el primer tercio del XIX con el primer Gobierno liberal y el final del antiguo régimen. Y a partir de ese momento arrancó para ellas un largo periodo de decadencia que se prolonga hasta hoy", explica.
"La alta nobleza era la elite del antiguo régimen, el modelo social a seguir, de modo que otras casas de familias nobles y de mercaderes o comerciantes enriquecidos imitaban miméticamente ese esquema constructivo y decorativo con otras dimensiones acordes a sus posibilidades", indica. "Sin embargo en el siglo XX los propietarios de estas casas señoriales dejaron de ser la elite económica. Desaparecieron los maestros ebanistas y los pintores decorativos. Por tanto no se puede exigir hoy a los propietarios una responsabilidad que por sí solos son incapaces de asumir", considera. "No se puede criticar a los propietarios cuando nadie ha dado un paso por ayudarles".
Por sus investigaciones, la historiadora mallorquina argumenta que estas "casas señoriales son y han sido en primer lugar viviendas particulares". Y, por tanto, "mientras en ellas viva una generación, se mantendrán". Sin embargo, cuando estas generaciones desaparezcan se impondrán sobre los inmuebles las leyes de mercado, señala.
Fondo de artes decorativas
"Podríamos esperar que entre las administraciones competentes surgiese algún plan para salvar este patrimonio mueble e inmueble, como ha sucedido en otros lugares de España y sobre todo en Holanda e Inglaterra, donde a través de las visitas a estas viviendas se explica toda la historia de la ciudad", desvela. "Además, en Mallorca este patrimonio se ha conservado mejor que en otros lugares porque no ha sufrido directamente las consecuencias de las guerras", apunta. "No se trataría, por tanto, de violentar a los propietarios -subraya-, sino de colaborar con ellos para evitar su asfixia, estableciendo consorcios o fundaciones que premien la buena conservación y el mantenimiento de los edificios. Es cierto -reconoce Pascual-, que existe una queja general sobre la pérdida de este patrimonio, pero el fracaso de no haber creado nada con el objetivo de mantenerlo y recuperarlo también es de todos", matiza.
Hoy es una tarea mucho más difícil, argumenta la historiadora. Pero en los años sesenta, setenta y ochenta todavía se podía adquirir mobiliario para crear un fondo de artes decorativas como el que hay en tantas ciudades. "Nuestro patrimonio decorativo no era excepcional, pero por circunstancias históricas se había conservado muy bien". Pascual explica cómo se desvestía o vendía el mobiliario de una casa cuando morían sus propietarios. "Se desmantelaba el mobiliario discretamente, manteniéndose el edificio o los elementos característicos. Se hacía sotto voce, en la misma casa. Luego empezaron a tomar posiciones los anticuarios. Y la subasta de los bienes de Can Puig, que guardaba parte del patrimonio de los Despuig y los Dameto, y del Castell de Bendinat, fue la escenificación pública del final de una época, del final de la mentalidad de la que había sido la elite cultural de Mallorca, aunque curiosamente ni la venta de un inmueble ni del otro ha dado los resultados esperados, pues los apartamentos de lujos de Can Puig no están terminados y Bendinat vuelve a estar a la venta", apunta.
Según Pascual, el proceso es "imparable" y sólo una actuación "no retórica" de la Administración podría servir para salvaguardar este patrimonio. "Mientras las casas señoriales que quedan continúen en manos de familias sobrevivirán, aunque lo normal es que acaben desapareciendo. Es una historia que sólo puede acabar bien si la Administración se decide a firmar con los propietarios convenios para la supervivencia de los inmuebles, que están catalogados, pero no son Bienes de Interés Cultural".