diariodemallorca.es 10-8-2008
El monasterio de Santa Clara de Palma. Foto: Archivo
BARTOMEU BESTARD (*) Clara Offreduccio di Favarone nació en Asís (actual Italia) en 1193. En 1212 recibió el hábito de San Francisco y se instaló en la capilla de San Damián. En 1253 el Papa Inocencio IV aprobó la Regla que había redactado la propia Clara. Ese mismo año murió. Tres años después de su muerte las clarisas empezaron la labor en la Ciutat de Mallorques. Con estos breves datos cronológicos se puede observar que el monasterio de Santa Clara de Palma se fundó en un momento singular: en los primerísimos años de la Orden franciscana femenina; y cuando estaba surgiendo el incipiente reino de Mallorca -sólo habían pasado veintisiete años de la Conquista de la Isla-.
En 1256, la hermana clarisa, sor Caterina, abadesa del monasterio de Santa María, de Tarragona, solicitó al Papa Alejandro IV que aprobase la creación de un nuevo cenobio en la capital mallorquina. Ese mismo año el Santo Padre aprobó la solicitud y encargó a los frailes menores de Mallorca -instalados en aquellos momentos en el actual convento de Santa Margarita y en una alquería denominada Son Campos- que auxiliasen a las futuras monjas clarisas de Ciutat.
Llegada la noticia de la aprobación papal a Tarragona, también llegó a los oídos del rey Jaime I, que en aquellos días se encontraba precisamente en esa ciudad, e inmediatamente expidió un privilegio a las monjas. Este rápido gesto del monarca debe entenderse como una muestra más de la complicidad de la Casa de Aragón -no hablemos ya de la Casa de Mallorca en que algunos de sus herederos renunciarán al trono para vivir bajo la regla del Poverello de Asís- con el franciscanismo, complicidad que será una constante durante toda la Edad Media.
La abadesa sor Caterina se desplazó a la Isla, y allí encontró unos terrenos adecuados para vivir en oración, bien oreados por la brisa del mar, con unas casas lo suficientemente grandes para poderse instalar un grupo de monjas y, a pesar de ser terrenos intramuros, estaban en una zona tranquila. Este espacio se encontraba en el barrio de Sa Calatrava y los terrenos pertenecían al barón de Santa Eugenia, Bernat de Torrella que poseía por donación "ad feudum" de Jaime I. Las monjas y el barón acordaron la venta de los terrenos por dos mil alfonsinos "d´or bo i fi", cantidad que nunca fue satisfecha del todo. La deuda fue perdonada por los Torrellas, y además Ponç Guillem de Torrella, hijo de Bernat, renunció a sus derechos sobre el dominio del monasterio.
El 13 de enero de 1260 nueve monjas clarisas ingresaban en el monasterio de Santa Clara: sor Caterina (abadesa), sor Bartomeva, sor Ferri, sor Berenguera Sesclotes, sor Guillema de Beneges, sor Elisenda Ferri, sor Sibília, sor Sanxa Peris y sor Elisenda Fontanet. Desde un primer momento se detecta la protección de una serie de caballeros que impulsaron el desarrollo del monasterio, Valentí Sestorres, Bernat Roquer, Pere Nunis y Pere de Montsó... son algunos de ellos. Pero la financiación de las obras no se circunscribe exclusivamente a este estamento social. También el Rey dotó económicamente al convento así como el grueso de los mallorquines. De hecho, desde un primer momento el pueblo mallorquín se involucró enseguida con el desarrollo de Santa Clara y esta relación se mantiene desde entonces sin interrupción.
La construcción del convento fue lenta. Primero se cerró el solar, se instaló una pequeña capilla en dónde se guardó el Santísimo y se adecentaron las casas ya construidas. También se construyeron el refectorio, la cocina y seguramente se empezó el claustro. En el siglo XIV se debió construir la sala capitular y el templo gótico el cual sería substituido por otro más moderno ya en el siglo XVII. La clausura se guardaba con celo. Las puertas, que por su tamaño y grosor, correspondían a las de una fortaleza, debían tener dos cerrojos con llaves diferentes: una la tenía la portera y la otra la abadesa.
La pobreza y austeridad que caracterizan la vida llevada a cabo por las seráficas monjas no quita que se conserven auténticas obras de arte de estos primeros tiempos. Entre éstas destacan la tabla de Santa Clara (siglo XIV); el tríptico de la "Imago Pietatis", (siglo XIV) o el retablo de la "Resurecció, de Sant Bartomeu i Sant Antoni" (siglo XV).
Hace poco más de una década la comunidad de Santa Clara, con su abadesa sor Catalina Tomàs, decidió abrir las puertas del convento -Santa Clara es el único convento de Palma del siglo XIII que ha seguido habitado por la misma orden ininterrumpidamente- a los ciudadanos de Palma. El éxito fue rotundo, las visitas se sucedieron una tras otra... pero desgraciadamente en una de ellas desapareció un libro antiguo de gran valor expuesto en una celda. Gracias al esfuerzo de las clarisas, con su abadesa sor Clara y la actual sor Catalina María, al fin se han podido iniciar las obras de reforma de parte del monasterio. Esperemos que una vez finalizadas las obras, las monjas puedan volver a los ritmos que marca la vida contemplativa y a recuperar la paz que se merecen.
(*) Cronista oficial de la ciudad
10 d’agost 2008
La fundación del monasterio de Santa Clara
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