La situación de las ventanas nos marca lo que era la base del portal. Foto: C. Garrido
CARLOS GARRIDO . La mayor parte de los palmesanos no han oído hablar nunca del convento de Sant Domingo. Y los que conocen la historia, no han podido contemplar ni un solo resto de aquel inmenso recinto religioso. Por eso es una buena noticia que, desde hace muy poco, las obras de remodelación de los antiguos locales comerciales de la Costa de Sant Domingo permitan ver lo poco que nos resta de la iglesia. Cualquier paseante divisará dos ventanas muy verticales tras las cuales se aprecian los estribos de lo que fuera el portal de la iglesia gótica de Sant Domingo. Que arrancaba justo en este punto.
El templo comenzó a construirse en 1295 y se terminó en 1412. Las obras estuvieron a cargo de los maestros Jaume Fabré y Maymó Peris, que venían de Barcelona. La iglesia era magnífica, aunque sólo podemos adivinar su aspecto gracias a grabados románticos y sobre todo al mapa de Garau. Allí se aprecia la magnífica construcción de la iglesia, el gran claustro donde colgaban los sambenitos de la Inquisición, y un amplio huerto que llegaba hasta la Costa de la Seu.
Sant Domingo contaba con muchas sepulturas de las familias poderosas de la ciudad, y representaba la potencia de la Inquisición, aunque el tribunal no llegó a radicarse allí. Su historia forma parte del capítulo triste del patrimonio en la isla. En 1835 la desamortización de Mendizábal supuso el final de la ocupación de los dominicos. El solar era un suculento botín para la especulación inmobiliaria, y en 1836 pese a los esfuerzos de entidades como la Sociedad Económica de Amigos del País, se decretó su demolición. De nada sirvió que el templo fuera una de las mejores muestras del gótico en nuestra ciudad.
El solar se repartió entre ayuntamiento y propietarios particulares, y los sillares que eran de muy buena calidad fueron reaprovechados en numerosas obras. Entre ellas, se dice, la ampliación del Moll de la Riba. Sant Domingo pasaría de ser un conjunto impresionante a representar un fantasma del pasado. Sólo perdurable en la toponimia urbana y en los libros.
Por eso, vale la pena asomarse a una de esas ventanas. Esas bases de columna, desgastadas y apenas apreciables, nos lo recuerdan.
www.carlos-garrido.com
CARLOS GARRIDO . La mayor parte de los palmesanos no han oído hablar nunca del convento de Sant Domingo. Y los que conocen la historia, no han podido contemplar ni un solo resto de aquel inmenso recinto religioso. Por eso es una buena noticia que, desde hace muy poco, las obras de remodelación de los antiguos locales comerciales de la Costa de Sant Domingo permitan ver lo poco que nos resta de la iglesia. Cualquier paseante divisará dos ventanas muy verticales tras las cuales se aprecian los estribos de lo que fuera el portal de la iglesia gótica de Sant Domingo. Que arrancaba justo en este punto.
El templo comenzó a construirse en 1295 y se terminó en 1412. Las obras estuvieron a cargo de los maestros Jaume Fabré y Maymó Peris, que venían de Barcelona. La iglesia era magnífica, aunque sólo podemos adivinar su aspecto gracias a grabados románticos y sobre todo al mapa de Garau. Allí se aprecia la magnífica construcción de la iglesia, el gran claustro donde colgaban los sambenitos de la Inquisición, y un amplio huerto que llegaba hasta la Costa de la Seu.
Sant Domingo contaba con muchas sepulturas de las familias poderosas de la ciudad, y representaba la potencia de la Inquisición, aunque el tribunal no llegó a radicarse allí. Su historia forma parte del capítulo triste del patrimonio en la isla. En 1835 la desamortización de Mendizábal supuso el final de la ocupación de los dominicos. El solar era un suculento botín para la especulación inmobiliaria, y en 1836 pese a los esfuerzos de entidades como la Sociedad Económica de Amigos del País, se decretó su demolición. De nada sirvió que el templo fuera una de las mejores muestras del gótico en nuestra ciudad.
El solar se repartió entre ayuntamiento y propietarios particulares, y los sillares que eran de muy buena calidad fueron reaprovechados en numerosas obras. Entre ellas, se dice, la ampliación del Moll de la Riba. Sant Domingo pasaría de ser un conjunto impresionante a representar un fantasma del pasado. Sólo perdurable en la toponimia urbana y en los libros.
Por eso, vale la pena asomarse a una de esas ventanas. Esas bases de columna, desgastadas y apenas apreciables, nos lo recuerdan.
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