MIGUEL VICENS. Las ciudades deberían ser capaces de explicar por sí mismas todo su pasado. Pero a la vez resulta un error planificar espacios urbanos sin pensar en usos actuales y necesidades futuras. La improvisación sale carísima. El parque de sa Feixina, por ejemplo, que hoy está en el debate entre los defensores de la pervivencia del monolito y los que lo harían añicos porque ven en él un monstruo fascista que les ofende, se ha convertido en un lugar de paso, en una agradable zona peatonal ajardinada que conecta el Passeig Mallorca con Sagrera y, sobre todo, en el paraíso de los skaters, aunque a ellos ningún munícipe les da pábulo. Los miro hacer piruetas con los pantalones a media asta y pienso que esa polémica que genera ríos de tinta les importa un pimiento, como a la mayoría de los palmesanos, que patinan como pueden, más que nada por educación, sobre la propuesta de la asociación de la Memoria Històrica. Y hacen bien, pues como saben los skaters de sa Feixina, esa iniciativa es más caprichosa que el resultado de un directo sobre un pasamanos o el soñado kikflip McTwist que un día lograrán cuando Aina Calvo mire hacia el futuro, les construya una pista en condiciones para que no se matern y dedique el monumento que tantos reproches genera a Tony Hawk, si eso es lo que quiere, pero que lo haga con un proyecto serio y no para satisfacer a cien que levantan la voz en Palma y viven en Cas Concos.