Estos y otros elementos demuestran que la arquitectura del edificio tuvo más empaque que el supuesto hasta ahora
Una de las paredes de la galería donde se ve claramente el tipo de pintura mural hallado en La Real.
MARIANA DÍAZ. Los restos arqueológicos hallados en el claustro del monasterio de La Real durante las obras de rehabilitación del mismo demuestran que la arquitectura del edificio tuvo, en los siglos pasados, un mayor «empaque» que el que le atribuyeron los historiadores de los siglos XIX y primeros del XX. La arqueóloga que llevó a cabo los descubrimientos, Elvira González, destaca de entre éstos, por su singularidad, el arrimadillo (o arrambador en catalán), pintura mural del siglo XVII que decora parte de la galería y sobre la que dice: «Demuestra que hubo una intención decorativa hasta ahora insospechada».
Además del arrimadillo -que ocupa una pared de la galería y parte de otra- durante el control arqueológico salieron a la luz la puerta original que daba entrada a la iglesia a través del claustro; dos tipos de suelo datados en el XVII; las vigas de la reforma que se hizo en el XVIII y dos grafitos de esta misma época.
González recuerda que «a pesar de que se ha escrito mucho sobre el patrimonio hidráulico del monasterio, las investigaciones sobre su arquitectura no han aportado hasta ahora muchas conclusiones». Fue el conde Nunó Sans quien lo mandó construir poco después de la Conquesta, pero no sería habitable hasta 1239. Parece que el inmueble sufrió varias reformas a lo largo de los siglos. Ahora se han datado una en el XVIII y otra hacia 1916 y la última en los años 50.
Por lo que se refiere al arrimadillo, la arqueóloga lo define como «un descubrimiento que acrecienta la información histórico-artística del monasterio». Se trata de una decoración mural en colores blanco y negro con una ornamentación de flores geométricas cuya «pintura es muy volátil», por lo que recomienda que se restaure en cuanto sea posible y que, una vez consolidada, «no debe taparse, sino dejarse al aire libre como fue concebida». Esta decoración se cierra en la parte inferior del muro con una cenefa «a base de rombos tumbados y enfilados» que actúa como rodapié.
En cuanto al suelo del claustro, se descubrió que había de dos clases: de cantos rodados y de espina de pez. El primero es del tipo que se puede encontrar en el patio de las casas rurales mallorquinas y el segundo, «más señorial». «Este tipo de pavimentos de espina de pez es propia del XVII y la vemos en edificios religiosos como, por ejemplo, en el convento de la Encarnación de Madrid, donde se halla asociado a un arrimadillo en las paredes con una decoración similar a la de La Real». La restauración contempla colocar cristales sobre este pavimento, que es de barro cocido, para que pueda ser contemplado por los visitantes.
Y sobre las vigas de madera, González añade que «presentan las características de las casas mallorquinas del XVIII».
MARIANA DÍAZ. Los restos arqueológicos hallados en el claustro del monasterio de La Real durante las obras de rehabilitación del mismo demuestran que la arquitectura del edificio tuvo, en los siglos pasados, un mayor «empaque» que el que le atribuyeron los historiadores de los siglos XIX y primeros del XX. La arqueóloga que llevó a cabo los descubrimientos, Elvira González, destaca de entre éstos, por su singularidad, el arrimadillo (o arrambador en catalán), pintura mural del siglo XVII que decora parte de la galería y sobre la que dice: «Demuestra que hubo una intención decorativa hasta ahora insospechada».
Además del arrimadillo -que ocupa una pared de la galería y parte de otra- durante el control arqueológico salieron a la luz la puerta original que daba entrada a la iglesia a través del claustro; dos tipos de suelo datados en el XVII; las vigas de la reforma que se hizo en el XVIII y dos grafitos de esta misma época.
González recuerda que «a pesar de que se ha escrito mucho sobre el patrimonio hidráulico del monasterio, las investigaciones sobre su arquitectura no han aportado hasta ahora muchas conclusiones». Fue el conde Nunó Sans quien lo mandó construir poco después de la Conquesta, pero no sería habitable hasta 1239. Parece que el inmueble sufrió varias reformas a lo largo de los siglos. Ahora se han datado una en el XVIII y otra hacia 1916 y la última en los años 50.
Por lo que se refiere al arrimadillo, la arqueóloga lo define como «un descubrimiento que acrecienta la información histórico-artística del monasterio». Se trata de una decoración mural en colores blanco y negro con una ornamentación de flores geométricas cuya «pintura es muy volátil», por lo que recomienda que se restaure en cuanto sea posible y que, una vez consolidada, «no debe taparse, sino dejarse al aire libre como fue concebida». Esta decoración se cierra en la parte inferior del muro con una cenefa «a base de rombos tumbados y enfilados» que actúa como rodapié.
En cuanto al suelo del claustro, se descubrió que había de dos clases: de cantos rodados y de espina de pez. El primero es del tipo que se puede encontrar en el patio de las casas rurales mallorquinas y el segundo, «más señorial». «Este tipo de pavimentos de espina de pez es propia del XVII y la vemos en edificios religiosos como, por ejemplo, en el convento de la Encarnación de Madrid, donde se halla asociado a un arrimadillo en las paredes con una decoración similar a la de La Real». La restauración contempla colocar cristales sobre este pavimento, que es de barro cocido, para que pueda ser contemplado por los visitantes.
Y sobre las vigas de madera, González añade que «presentan las características de las casas mallorquinas del XVIII».