CARLOS GARRIDO .WWW.CARLOS-GARRIDO.COM Recibo mensajes de dos amables lectores. Y ambos insisten en lo mismo: el Forn de la Missió ha cerrado sus puertas. Pasó a formar parte de esa nómina de hornos y panaderías fenecidos que sólo hornean sus ensaimadas para los consumidores de recuerdos. Creo que no debe de haber mayor honor para un pastelero que la gente haga elegías de sus productos. Porque es la forma más inmediata de expresar el aprecio, la larga relación, la nostalgia. Desde el Forn Cremat, uno de los más antiguos de los que se conserva registro, hasta el del Carrer de Sant Elíes, cada horno que cierra es un patrimonio valioso que se pierde. No sólo por sus instalaciones, generalmente con elementos de interés, tradicionales, difíciles de encontrar. También por ese otro patrimonio compartido que es la clientela, que a partir de ese momento se dispersa en busca de un sustituto. Pero, sobre todo, lo que se pierde es un elemento más del catálogo de los sabores ciudadanos.
Actualmente, la panadería y repostería prefabricada impone unos estándares de lo más anodinos. Resulta difícil encontrar la variedad en estos productos, aunque todavía subsisten hornos de leña como el de la Pau, otros que fabrican un pan muy peculiar como el Forn des Paners, algunos conservan la especialidad de las ensaimadas como pueda ser el Forn des Racó, otros como el de Can Miquel siguen con sus pastas de siempre. Pero cada vez que cierra uno de ellos, se borra automáticamente parte de ese catálogo.
Además, los hornos han sido siempre los grandes perfumistas de la ciudad. No hay nada más embriagador que levantarse por la mañana aspirando ese aroma a miga recién hecha, a pasta de ensaimada. Un perfume germinal, alimenticio, acogedor. En ese aspecto, al menos los nuevos hornos conservan la tradición. Ya que hasta los supermercados acaban oliendo a pan, aunque sean barras descongeladas. Algunos establecimientos perdurán en los libros nobles de la historia. Otros, como esos hornos que han cerrado, quedarán en el museo íntimo de los sabores.
Actualmente, la panadería y repostería prefabricada impone unos estándares de lo más anodinos. Resulta difícil encontrar la variedad en estos productos, aunque todavía subsisten hornos de leña como el de la Pau, otros que fabrican un pan muy peculiar como el Forn des Paners, algunos conservan la especialidad de las ensaimadas como pueda ser el Forn des Racó, otros como el de Can Miquel siguen con sus pastas de siempre. Pero cada vez que cierra uno de ellos, se borra automáticamente parte de ese catálogo.
Además, los hornos han sido siempre los grandes perfumistas de la ciudad. No hay nada más embriagador que levantarse por la mañana aspirando ese aroma a miga recién hecha, a pasta de ensaimada. Un perfume germinal, alimenticio, acogedor. En ese aspecto, al menos los nuevos hornos conservan la tradición. Ya que hasta los supermercados acaban oliendo a pan, aunque sean barras descongeladas. Algunos establecimientos perdurán en los libros nobles de la historia. Otros, como esos hornos que han cerrado, quedarán en el museo íntimo de los sabores.